Vampiro Estelar
Mi Universo

sábado, 2 de marzo de 2013

Your love is haunting me

 Parece que todo se está cayendo

 Yo vivo al borde de un precipicio. Es muy alto, tanto que a veces las nubes no me alcanzan, y las saludo desde arriba, con una sonrisa triste, ya que ellas son libres y yo no. Al fondo, muy lejos, se encuentra el mar, violento y salvaje, arremetiendo día y noche contra las rocas. Esa batalla solo ha logrado que las rocas se vuelvan puntiagudas, ariscas, porque el mar no sube ni avanza. No se da cuenta, pero si fuera más suave con las pobres rocas, ellas no sufrirían tanto, y él descansaría de tanto ajetreo. 

 Hace mucho yo estaba aún más arriba, pues al borde de mi precipicio hay un hermoso árbol de ramas gruesas y perfectas para acogerme. Me sentaba y observaba, con una sonrisa feliz, ya que estaba más alto que nadie. Creía que nunca me bajaría de allí. Porque, obviamente, no nací sobre ese árbol. Pero me tendieron la mano, me ayudaron a subir cuando mis brazos no alcanzaban las ramas, y me hicieron la promesa de nunca dejarme caer. Nunca.

 Puedo decir que el tiempo que pasé en el árbol fue el mejor de mi vida. Tenía esa fe ciega, esa confianza tan inocente, tan peligrosa. La confianza es la peor guadaña que se puede empuñar. Y contra mí la empuñaron.
 Un día me empujaron desde el árbol. Agarré su mano y le miré a los ojos, le pregunté por qué, por qué si me había prometido no dejarme caer, me estaba tirando al vacío. Me dijo que no quería que me hiciese daño, pero que ya no cabíamos los dos en el árbol. Y le volví a preguntar por qué, por qué entonces me había subido aquel día, si al final iba a acabar abandonándome. Dijo que no me estaba abandonando, que nos volveríamos a ver. Y me pisó las manos, y me arrojó al vacío.
 Ahora vivo al borde del precipicio. Bueno, vivo en la pendiente, agarrada con mis manos magulladas a las briznas verdes que se cuelan por las piedras. El Sol me abrasa la piel, que ya estaba en carne viva por mi incesante, aunque lento, ascenso. Cada día... lo único que deseo, desde que la Luna me saluda hasta que se pone el Sol, es soltarme, caer y atravesar las nubes, decirles adiós con la mano y saber al fin si saben a azúcar. Caer y hacer que las puntiagudas rocas y las agresivas olas luchen al fin por la misma causa, por destrozar mi cuerpo y hacer que deje de sentir este dolor. No obstante, algo dentro de mí me lo impide. Es su voz dentro de mí, cantándome su amor, la que está haciendo que me despelleje intentando sobrevivir.

 En el fondo sé que no sirve de nada luchar. Siempre estoy cayendo, no puedo soltar las manos ni un segundo, porque caeré si lo hago. Quiero sentarme y descansar, pero antes tengo que llegar arriba. No sé cuánto me falta, no sé cuánto tardaré. Si miro arriba mis ojos se ciegan, si voy más rápido mis brazos se agotan. ''Escúchame'' grito a veces, cuando el mar está en calma, ''Te voy a demostrar que puedo seguir subiendo''. Nadie me responde.

 A lo mejor ya no vive en el árbol. Aunque viviera allí aún, yo nunca podré volver a subir. Pero está mi borde del precipicio, mi pedazo de tierra, donde viví una vida tranquila antes de que me dejara subir con él. Si al final sigo viva y alcanzo la cima, me podré sentar en el césped sin tener miedo a caer otra vez. Sin embargo sé lo que pasará entonces. Estoy condenada a mirar ese árbol hasta el día de mi muerte, a desear subirme otra vez a sus cómodas ramas y acurrucarme entre sus brazos. Sé que aunque esté en tierra firme, mi corazón seguirá cayendo.

 ''¡Escúchame! Aquí estoy. Y aún te amo'' le diré.











No hay comentarios:

Publicar un comentario